Ya habían pasado dos semanas desde que Amy había conocido a Stitch. Amy le había estado inculcando a Stitch sus pasiones por el Universo, la música (los dos ya son fanes acérrimos de Armin Van Buuren y sus State of Trance, entre otros), el dibujo (Amy dibuja bien pero Stitch es un desastre), la naturaleza, juegos... Y Stitch estuvo enseñando a Amy su afición por Elvis Presley, que le había contagiado su anterior amiga. Lúa se había acostumbrado ya a Stitch y ya no le gruñía. A veces Stitch jugaba con la perra en el jardín de casa mientras Amy estaba en clase...
Amy pudo conocer mejor a Stitch: era adorable, cariñoso, pero voluble emocionalmente (con mucho carácter como le provoques, vamos). Aún así, no lo cambiaba por nada del mundo; para ella era más que una mascota: ¡un hermano pequeño! Alguien con quien tenía mucho en común, podía tener conversaciones interesantes (no decía más que cuatro cosas, pero escuchaba y se metía bien en el tema, no como los compañeros de su clase, que sólo decían chorradas propias de su edad y no se podía conversar con ellos a gusto). Y otra cosa muy importante de él: los compañeros de su clase a menudo se metían con Amy, pero Stitch la ayudaba, o defendiéndola o consolándola. Y cuando él defendía, se ponía de muy mala pulga que daba mucho miedo: entre su terrible genio y su bocaza llena de dientes afilados y sus temibles garras... para correr a 3000 km/h alejándose de él.
Ésta era una noche despejada de primavera, después de esas dos semanas, en que estaban juntos, sentados en una hamaca detrás de su casa. No tenían ninguna luz a su lado, únicamente les alumbraban las estrellas. Como no había casi contaminación lumínica se veían todas las estrellas, muy brillantes y nítidas (cierto, había un pueblo cerca, pero no tenían demasiadas farolas y por tanto no desprendía mucha luz). La luna estaba a punto de salir, se veía el resplandor en el horizonte de enfrente.
Stitch miraba fijamente al cielo, parecía estar abstraído con las estrellas. En un momento dado, dijo, señalando a un punto cualquiera del cielo con su dedo (con su garra más bien, que lo tiene más que dedo):
-Allí... origen de Stitch.
Amy quedó loca. ¡¿Le estaba diciendo que venía del cielo, del espacio exterior?! A ver si iba a ser que estaba conviviendo con un alienígena sin saberlo. De todas formas un perro no parecía, ni ningún otro mamífero conocido. Los perros ni son azules, ni hablan, ni tienen ojos y orejas tan grandes. Tampoco levantan árboles ni muebles pesados ni trepa paredes y techos. Era una criatura extraña, de procedencia desconocida, pero daba igual, ella se llevaba bien con él.
-¡¿Cómoooo?!- exclamó Amy, con ojos como platos -¿Me estas diciendo que vienes de otro planeta?
-¡Embachua!- asintió Stitch -Meega, de otro planeta.
-¡Qué fuerte!... Así que eres un extraterrestre. Debe de ser interesante... ¿Cómo es tu planeta?
De pronto Stitch se transformó... Ahora tenía cuatro brazos, dos antenas en la cabeza y tres espinas en la espalda. Amy pegó un respingo: ahora estaba aún más extraño.
-¡¡¡Stiiiiitch!!! ¡¡Te has mutadooo!!
-Naga. Meega así es de verdad.- le aclaró Stitch.
Amy quedó quieta, como piedra, mirando Stitch, con apariencia aún más extraña. Quedó alucinada: así que era así de verdad, y hasta entonces había tenido sus miembros "extras" escondidos... ¿cómo lo lograba?
Stitch empezó a contarle su historia, que la escribiré en la siguiente entrada. Como es tan largo, tendré que partirlo en cachos.
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